¿Quién comprende el ver y regar, sin sentir las espinas?
Dime, alma mía, ¿Quién te hace vivir día a día,
si hoy las cajas solo guardan melancolía?
Cuerpo sollozo, hoy te vi partir,
pero tranquilo estoy, pues tu vida es hermosa,
y ahora hermosa será tu calidez en la tierra.
Con tu tierna piel alimentarás a las pequeñas plantas,
con tu divina sangre nutrirás las raíces de los arboles,
y tu pulida alma cantará entre los vientos de los hombres.
Por estas razones abrazo el mundo,
por estas razones admiro su naturaleza,
por estas razones me detengo a abrir los ojos,
a deleitarme con aquel aire,
a ver aquellos seres salvajes viviendo del mismo.
Para contemplarte, para escucharte y para sentirte.
Hermano, hermanos míos, su fin es un nuevo comienzo para el mundo;
pero su fin jamás será un fin,
pues inmortal eres frente a mis ojos,
e inmortal eres frente a la vida.
En cada rincón de este mundo te veo a ti, me veo a mí,
como la luna menguante expandiendo sus brazos,
para abrazar lo apagado de sí misma,
dándose el tiempo para brillar cada día más, hasta llenarse.
El sol naciendo, como una pequeña estrella entre las montañas,
llegando a la cabeza de los hombres,
más fuerte y brillante que nunca,
hasta que aquella estrella luminosa se derrite en los paisajes del mar,
como si el mismo sol estuviera dando clases del destino.
¿Cuánto valdría el cielo sin el sol?
¿Cuánto valdría el cielo sin la luna?
Si los atardeceres tienen el precio más caro jamás visto,
por darle la lección más grande al ser humano.
Dos polos opuestos, dos extremos: uno frío, otro ardiente,
compartiendo su esencia en una pizca del tiempo,
comprendiéndose, uniéndose,
pero a la vez respetándose,
formando la obra artística más hermosa del mundo,
formando un color único,
siendo este el amor mismo.
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